ARTÍCULO NO. 5
“¿Hasta cuándo soportará el pueblo una dictadura
económica que no le da lo que necesita y desea consumir, sino sólo lo que los
que mandan consideran conveniente?” Ludwig Von Mises
El siglo XX
recién pasado constituyó una época muy importante para el progreso de la
humanidad, el nivel de vida en general mejoró, así también la economía del
mundo, aunque no sin atravesar grandes obstáculos, siendo testigo además de dos
guerras mundiales, las cuales de acuerdo a sus particulares características,
introdujeron importantes cambios en las sociedades, tanto en aquellas que se
vieron directamente afectadas por los conflictos como por aquellas que
indirectamente también sufrieron las consecuencias de la irracionalidad del
fuego de la batalla.
De la misma
manera, los progresos tecnológicos que trajeron ambos conflictos permitieron la
introducción de grandes innovaciones en la técnica, la medicina y las ciencias
aplicadas; siendo estos logros parte de lo poco rescatable que dejaron las
conflagraciones.
Pero
particularmente, puede mencionarse un hecho histórico, el cual influyó
decisivamente en todos los aspectos de la sociedad integrada tal y como la
conocemos, siendo este el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Luego
de la rendición de Alemania y Japón en 1945, los países aliados integrados por
Estados Unidos y Gran Bretaña principalmente, comenzaron a trabajar de manera
conjunta con las naciones europeas que se vieron seriamente afectadas por la
guerra, por lo cual dos años antes, en 1943 se convocó a la llamada
“Conferencia de Bretton Woods” en la cual se definiría el nuevo orden económico
que permitiría así la recuperación infraestructural y económica del viejo
continente. Dicha conferencia estuvo fuertemente influida por las ideas del economista
británico John Maynard Keynes, quien ya gozaba de cierta reputación en su
especialidad.
Como resultado
de dicha conferencia, se conformaron dos organismos mundiales en materia
económica, siendo éstos: El Fondo Monetaria Internacional (FMI) y el Banco
Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) el que más tarde sería
renombrado como el Banco Mundial (BM). Cada uno de estos organismos tendría sus
propios fines específicos. En el caso del FMI, su misión consistía en mantener
la paridad entre las monedas de los distintos países con relación ya sea al oro
o en su defecto al dólar norteamericano; y en el caso del BIRF, la concesión de
créditos y la recepción de depósitos que
servirían para brindar ayuda a los países afectados por la guerra de forma inicial
para posteriormente extender esas ayudas a los países pobres.
De esta manera,
las políticas de préstamos a intereses bajos, resultaron muy atractivas para
los países recipiendarios, y cuando esta ventaja se trasladó a los países
latinoamericanos, la situación en materia de créditos también fue bien
recibida. Ahora bien, es evidente que la intención subyacente en esta
coyuntura, tenía como finalidad la estatización del sistema financiero influido
por la ideología keynesiana, de forma tal que puesto que los organismos
internacionales de crédito ya mencionados otorgaban préstamos principalmente de
gobierno a gobierno, estos los introducían al mercado financiero de forma
expansiva en forma de créditos baratos, provocando inicialmente inflación y
posteriormente desempleo e incertidumbre en los mercados de bienes y servicios.
Es importante
hacer notar que, cuando los gobiernos tienen la facultad de manipular el
sistema financiero pueden expandir tanto el crédito como la emisión de moneda,
creyendo erróneamente que esto activará la economía. Sin embargo, como ya otras
veces ha quedado demostrado, lo único que se logra con estas acciones es
allanar el camino para provocar una depresión económica. Es por ello que desde
ningún punto de vista es conveniente permitirle plenas facultades al Estado
benefactor para que disponga según su “buen criterio” hacia dónde deben
dirigirse los recursos de la producción, puesto que cuando hace uso de esta
prerrogativa, automáticamente elimina a la figura del Libre Mercado, mediante
la cual son los consumidores quienes deciden en qué inversiones más eficientes
es preferible colocar los recursos.
De esta manera,
es el consumidor y no el gobierno, quien debe decidir hacia dónde debe
dirigirse la producción de un país, lo cual se logra únicamente reduciendo de
forma significativa los poderes del Estado interventor para que se limite así a
llevar a cabo únicamente aquellas funciones básicas y elementales que le son
inherentes como la justicia, la seguridad y la defensa.
Ningún gobierno,
ya sea de cualquier nación o local, tiene el derecho de intervenir en la vida
social y económica de los ciudadanos de un país como pago por facilitarles
préstamos, puesto que el resultado final de esta intervención disfrazada de
“favor” será la imposición a sus habitantes de medidas que coarten su libertad
para elegir.
“Organizar la economía según el criterio del beneficio
significa organizarla en consonancia con la voluntad de los consumidores, de
cuya demanda dependen los precios de las mercancías y por lo tanto los
beneficios del capital y de la empresa…” Ludwig Von Mises
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS:
1.
Von Mises, Ludwig. Crítica del
Intervencionismo (El mito de la tercera vía). (2001) Unión Editorial, España.
Quetzaltenango,
20 de mayo de 2014.
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