ARTÍCULO NO. 5
EL MUNDO CELESTIAL DE LA EDAD MEDIA
“Preciso es reconocer
que la moderna civilización ha surgido en gran medida por haberse logrado dar
la espalda a las enseñanzas de esos escandalizados moralizadores…” Friedrich A.
Hayek
No cabe duda, que la ignorancia de los
habitantes de la Europa de la época Feudal, vivían en la mayor de las
ignorancias, y esto incluía asimismo a aquellos miembros de las sociedades que,
de alguna manera poseían cierto acervo cultural. Es por eso que la magia, la
superstición y la supe naturalidad religiosa, establecieron un dominio muy
arraigado, siendo la última de las mencionadas, la que hizo gala de su poder a
través del cristianismo, por el cual se reconoce un Universo dividido en dos
regiones; la primera que corresponde a los problemas eminentemente terrenales,
y la segunda que comprende todo lo divino, por lo que, tal y como lo expresa
Rougier, L., parecía que el Universo estaba así al servicio del hombre, siendo
éste su centro, lo cual se traducía en la excelsitud de la creación de Dios.
Tal era el mundo escolástico.
Es una época en la cual, siendo el hombre, el
eje central de todo lo viviente, su supremacía solo es superada por el dogma de
la fe teocentrista, que exalta sus virtudes pero que lo somete al mandato
divino e incuestionable de la Iglesia. Esta serie de creencias, se convierten
así en la falacia más grande que ha vivido la humanidad, puesto que al dar por
sentado que no existe verdad última y única como la fe Católica, el hombre
somete su voluntad absoluta a los designios divinos, de forma tal que nada de
lo que opine, o pueda crear con su pensamiento inquieto e innovador, es de
ninguna manera válido para la Iglesia, pudiendo por esto ser encarcelado o
ejecutado “En el nombre de Dios”, vedándosele así, el hacer uso de su don más
sagrado: la libertad.
Lo anterior muestra así, como el oscurantismo
político y religioso manipulaba las vidas de hombres y mujeres, quienes
ignorantes por obligación solo pueden obedecer como fieles siervos, los
mandatos de sus señores y del Vaticano. Y sin embargo, cuando todo parece
quedar en un estado de inmutabilidad, surge como una chispa que enciende un
polvorín, algo que sacudiría para siempre los cimientos de esa ignorancia
creada e impuesta por los religiosos, un nuevo pensamiento que destruiría de
una vez y por todas, la idea universalmente aceptada del Cosmos, gracias a los
descubrimientos y hallazgos de Galileo, Copérnico, Kepler y Newton.
Estos hombres de ciencia, pertenecientes a una
nueva generación de pensadores renacentistas, logran demostrar que la tierra no
es el centro del Universo, y que el hombre no es nada más que una minúscula
partícula con vida, dentro de un sistema solar que describe orbitas elípticas,
mismas que pueden ser alteradas por fenómenos como los cometas, pero que al
final son de la misma manera, solo mil millonésima parte en una galaxia que es
a su vez solo una entre miles de millones en un espacio dominado por la
geometría circular. El ser humano entonces no es absolutamente nada, comparado
con la magnificencia de lo que pueden apreciar sus ojos, y más allá. Es así
como las antiguas estructuras políticas y escolásticas cuya fundamento
teológico es finito, son reemplazadas por la demostración infinita de la
ciencia.
Es de esta manera como se gesta una revolución
en el conocimiento basado en ciencia, promueve así otro concepto novedoso en
las sociedades, siendo este: el progreso. Y es que debe anotarse que bajo el
ideal cristiano, los pueblos y las naciones caían por “la voluntad de Dios”,
tomándose dicha voluntad como algo inflexible y que no podía ser alterado por
ningún hombre, siendo esta otra de las falsedades más evidentes. Es a partir de
la explosión científica cuando dicha perspectiva cambia absolutamente, en
cuanto a que ya en el siglo XVIII, es la humanidad la que forja y decide su
destino.
De esta manera, surgen nuevos retos, que van
desde la mejor manera de consolidar las libertades de los miembros de la
sociedad, hasta el progreso científico
que permitiría descubrir nuevos mundos, formas de vida y civilizaciones. La
lucha apenas había comenzado, y el hombre comienza a ver el futuro con mucha
esperanza y con el deseo perenne de lograr sus más ansiadas metas, lanzándose a
la conquista de un nuevo mundo que recién amanecía en esta etapa histórica más
novedosa, tal y como lo fue el período Mercantilista entre los siglos XVII y
XVIII.
“Es evidente, sin
embargo que profetas y moralistas han sido siempre en realidad, en sus
respectivos terrenos, simples reaccionarios dedicados a la defensa de los
intereses establecidos contra la amenaza de los nuevos…” Frierich Hayek
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:
Rougier,
Louis. El genio de Occidente. Segunda Edición (2005) Unión Editorial, España.
Quetzaltenango,
19 de febrero de 2014.
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