ARTÍCULO NO. 8
RAZONES DEL PROGRESO
OCCIDENTAL
“El espíritu, el genio y la virtud no son dones de la
naturaleza sino productos de la educación…” Helvetius
Puede
considerarse dentro del contexto histórico, tres tipos de cambios que
permitieron de manera conjunta la dirección de la cultura occidental hacia un
desarrollo por demás rápido a diferencia del resto del mundo; estos cambios
fueron así de tipo económico, industrial y político.
Es así
como la democracia liberal del siglo XVIII, se arroga el privilegio de hacer a
un lado a las monarquías consideradas como “divinas”, obteniéndose así dos
logros importantes: la igualdad ante la ley y la libre elección de ocupaciones.
Asimismo,
el advenimiento del postulado de la economía de mercado, propuesto por Adam
Smith, queda demostrado como el único sistema que pudo permitir el
surgimiento y posterior desarrollo de la
revolución industrial, eliminando todas aquellos obstáculos y regulaciones
heredados del sistema feudal y también las restricciones de tipo mercantilista
heredados de la dinastía Tudor en Inglaterra y del Rey Luis XIV en Francia.
Previo
a este desarrollo, existían en Europa los llamados “gremios” creados por el
Estado, los cuales agrupaban a todos los procesos de fabricación y profesiones,
con lo cual lograban su control sistemático, imponiendo en muchos casos
condiciones que podrían considerarse como ridículas para poder producir un
artículo como pueden serlo las telas, para las cuales se exigía por ley, que
utilizaran ciertas substancias para darles color, o que debían de poseer cierto
grosor.
Es
también la época de los monopolios también creados por el Estado, mismos que al
igual que los gremios limitan la invención y la innovación, de la misma manera
que lo hizo el sistema esclavista antes del sistema feudal. No fue sino en los
siglos XVIII y XIX, que la industria
logra un desarrollo más que notable.
Uno de
los avances más importantes en materia gremial que se implementó en 1799, lo constituyó
la prohibición constitucional de formar cualquier grupo de ciudadanos que
tuviera como fin proteger sus propios intereses, ya que los sindicatos habían
comenzado a desarrollarse en Inglaterra, alrededor del año de 1750.
De
esta prohibición a la formación de sindicatos, se deriva posteriormente por
parte de la clase proletaria, una serie de señalamientos en los cuales se dice
que la sociedad la marginaba y que además poco le importaba su destino o sus
necesidades, no dándose cuenta de la evidente mejora de su condición de vida,
gracias al progreso capitalista, por lo que solo está consciente de las nuevas
necesidades que ese mismo progreso genera y que crecen de forma paralela al
progreso industrial que permite su satisfacción.
Fueron
estas inconformidades las que influyeron en la ideología Marxista, la cual
sataniza al sistema capitalista y a la propiedad privada, pretendiéndolas hacer
que parezcan como las culpables de las incomodidades proletarias, no dándose
cuenta que esas incomodidades no son más que el resultado de los rezagos mercantilistas
que a su vez se desprendieron de la Edad Media y que tienen como premisa los
privilegios y prebendas.
Así,
según Marx, no queda más camino que la dictadura del proletariado, el cual
mediante el régimen socialista, repartirá la riqueza de forma equitativa,
estableciendo la llamada “Justicia social” cuyo objetivo consiste en “dar a
todos lo mismo” en lugar de “dar a cada quien lo suyo”. Desaparecerán así las
clases sociales y la humanidad pasará de un sistema coactivo socialista en el
cual el Estado es el dueño de los medios de producción, a otro sistema aún más
fantasioso como lo pude ser el Comunismo, en el cual ya no habrá necesidad de
gobierno ni de leyes que rijan los destinos del hombre.
Es
obvio que todas estas falacias no son más que el resultado de una mentalidad
que está en contra del verdadero concepto de libertad, bajo el cual todos los
individuos son absolutamente autónomos para poder disponer tanto de sus bienes
privados, como también de su propia vida, no debiendo ninguna persona, grupo de
presión o gobernante tener la facultad de disponer en contrario ante esta voluntad individual
anulándola en nombre del logro del bien común, algo que también se logra por la
vía del sistema capitalista pero que se diferencia por el hecho de que los
medios que utiliza para lograr ese bienestar como fin último, están tipificados
por la División del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción.
Esta es
la manera a través de la cual la civilización occidental logró el progreso del
cual goza al día de hoy.
“El progreso y el desarrollo son imposibles, si uno
sigue haciendo las cosas tal como siempre las ha hecho…” Wayne W. Dyer.
REFERENCIA
BIBLIOGRÁFICA:
Rougier,
Louis. El genio de Occidente. Segunda edición (2005). Unión Editorial, España.
Quetzaltenango,
6 de marzo de 2014
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